El solitario Lee, o Stan y sus amigos

Entonces, mientras espero que los cereales que sumergí en yogur se humedezcan y formen una masa informe y heterogénea, en la tele aparece un hombre rosado. Este pequeño individuo (seguramente es más alto y corpulento que yo, pero su imagen no supera los 30cm de altura) está vestido con ropa verde camuflada. Este hombre “militarizado” (porque también sostiene un arma, y detrás suyo, sobre la caja de una camioneta todo terreno, pueden verse muchas armas más) nos habla de cómo piensa sobrevivir cuando la sociedad colapse. Enumera todas las armas que posee, y yo lo miro...le presto atención: es calvo, pasando los 40, y tiene un marcado sobrepeso. Antes de terminar mi pasta de yogur y cereales, pienso en que podría ser un buen compañero para él, según sus estándares de “superviviente-preparado-para-todo”.

Básicamente, Jorge (pensemos que se llama Jorge Rosado), cuenta que tiene una casa rodante bien provista de comida enlatada, nafta, armas y linternas. Totalmente preparado para cuando todo se vuelva un caos. Entonces pienso en los primeros humanos solos en el mundo, cada uno pensando “no, no nos vamos a agrupar para sumar fuerzas, colaborar y que cada quien aporte lo mejor que tiene al grupo”; “no, yo estoy bien con mis piedras, acá en este árbol”.

Lo sé, lo sé: para ser un texto que pretendía hablar de Stan Lee empieza bastante desfasado. Ok, cambiemos de canal.

Hubo una época remota donde uno no elegía las películas que veía. Y cada película -o género- tenía sus temporadas: las películas de navidad, de pascuas, de verano… La cosa es que cada tanto, a Canal 13 se le daba por pasar Star Wars los sábados por la tarde. No, Stan Lee no escribió La Guerra de las Galaxias. Esta columna sería mucho más interesante si pudiese probar eso. Pero no. El asunto es que pienso en Luke, el caminante de las estrellas que, tocado por la divinidad, el solito y de un solo disparo se carga una fortaleza armada del tamaño de una luna. Hablo de la idea de “El Hombre Elegido”, que solo se eleva para lograr grandes hazañas.

“Eeeeeehhhh, ¡pero Star Wars es solo una ficción! No podés pretender que una historia así influya en una construcción social”, podrías decirme. Está bien, lo admito, tal vez fue mucho. Pero tomemos otras ficciones. Hablemos de cualquiera de los libros que recogen la mitología judeocristiana. Ahí tenemos ejemplos de ficciones que modifican la realidad. Y más aún: la simplifican. Y no lo digo como algo malo, ¡ojo! Pero es mucho más sencillo (y agradable), creer y encariñarse con las versiones simplificadas de las cosas. Por eso nos parece más tierno Mikey Mouse que la foto de un ratón.

Con la muerte de Stan Lee, las redes, los medios de comunicación, se inundaron de homenajes al personaje que encarnaba y era la cara del universo Marvel… Stan Lee, “La Leyenda”. Lo bueno de las leyendas es que son inspiradoras. Lo malo es que dejan bastantes cosas afuera. ¿Se acuerdan del “Día D”, ese desembarco que, según las películas yanquis, ganó la Segunda Guerra Mundial? Ahora piensen en los los millones de rusos que, antes y después de ese evento, perdieron la vida luchando y venciendo, palmo a palmo y día a día, al ejército nazi. Ahora volvamos a Jorge Rosado, intentando sobrevivir totalmente aislado de cualquiera que lo pueda ayudar.

Lo que intento decir es que nada es tan sencillo como parece. Los que vivimos dentro del mundillo de la historieta -que bien vendría dejarlo claro, sigue siendo un sótano con un montón de inadaptados- conocemos los nombres de Jack Kirby (cocreador de Los cuatro Fantásticos y Los Vengadores, y creador de Los Eternos, El Cuarto Mundo y Etrigan, entre muchas otras cosas), Bill Everett (creador de Namor y cocreador de Daredevil) o Steve Ditko (cocreador de Spider-Man y Dr. Strange), por dar un par de ejemplos. Nombres que no llegaron al gran público que hoy conoce el Universo Cinematográfico de Marvel. Artistas de gran talento, que tal vez no tuvieron la habilidad que tuvo Stan para venderse y vender los personajes de la editorial donde él escribía.

Allá por los 60, Marvel estaba dando sus primeros pasos para convertirse en lo que es hoy: Los Cuatro fantásticos, Los Vengadores, Spider-Man... y Stan era el escritor estrella. Para poder cumplir con todas las entregas creó el llamado “método Marvel”. El esqueleto de un guión se entregaba al dibujante, donde se describía someramente qué tiene que pasar en cada página. El dibujante diagramaba la página, le daba ritmo a la historia y colocaba los globos de diálogo a gusto. Una vez hecho esto, Stan escribía los diálogos para cerrar la historia.

Se cuenta que, en una historia de Los Cuatro Fantásticos, donde debía hacer su gran aparición “Galactus, el devorador de Mundos”, Kirby pensó que un ser tan poderoso debía tener un heraldo (no sé si les suena de algún otro lado). Así fue que se le ocurrió dibujar a un surfista cósmico, plateado. La anécdota nos habla del peso que tenía el trabajo del dibujante, quien hacía avanzar a los personajes paso a paso por el camino que había bocetado Stan. Y para no extendernos mucho, dejaremos de lado el hecho de que los personajes clásicos de Marvel tienen sobre sus espaldas décadas de historia y aportes de múltiples artistas.

Ditko, también creador creador de los villanos clásicos de Spider-Man, murió a los 90 años el 29 de junio de 2018. Pese a la popularidad que lograron sus personajes gracias a las adaptaciones cinematográficas, su deceso pasó desapercibido para el gran público. Ditko es un personaje mucho más difícil de convertir en un amigable soñador que crea mundos fantásticos: era un ermitaño, entusiasta del objetivismo, que nunca fue dado a eventos o entrevistas. Pero el hecho de no ser “entrañable” no debería quitarle el reconocimiento que se merece. Porque la obra -no la persona- es lo que tendríamos que consumir. Porque, aunque creamos que “compramos” a la persona, siempre estamos consumiendo una ficción (muchas veces injusta con lo que realmente sucedió). Al final, se puede sobrevivir al apocalipsis en soledad, los yanquis ganaron la Segunda Guerra, la Tierra tiene cinco mil años de antigüedad... y la pizza con ananá es rica.

Etiquetas: La columna de El Santa

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